Wednesday, January 23, 2019

CAPITULO 10. TÚ ESTARÁS ESPERÁNDOME.

TÚ ESTARÁS ESPERÁNDOME



Remontando el atrato para vender plátano en Quibdó.
El padre dio al niño las últimas instrucciones:- Y mientras esté fuera, limpia el colino.La isla del plátano es grande. Necesitará al menos tres días para limpiar la maleza con el machete. ¿Cuánto tiempo irá a estar el padre fuera?- Sí, padre.Toman la champa de los extremos, y la levantan para llevarla al agua. Casi no pesa. Es la champa de palo más fino, más estrecha y corta que el niño haya visto nunca.- Tú me ayudas a pasar la champa al otro lado. Luego te vuelves en el bote.La champa está en el agua, y el padre se sienta cuidadosamente en el centro. Sonríe satisfecho al ver que el bote sobresale cuatro dedos del agua.- Mira, es mucho lo que balsea, podría ponerle hasta dos arrobas de pescado, y aún flotaría.El niño coloca en la punta una arroba de doncella seca, atada con cortezas de chibugá, y un totumo para achicar el agua; el padre se corre hacia atrás para equilibrar el peso.- ¡Vamos!- Sí, padre.La champa pequeña es veloz. Cuando el padre aprieta el agua con el canalete, se lanza adelante botando espuma a los lados. El hombre la dirige con la punta del canalete, la hace girar alrededor del bote lento, se ríe del niño:- ¡Vamos, muévete!Es su obra; él ha hecho la champa, y está orgulloso de ella; el padre juega con la champa como un niño; el niño rema en el bote metódicamente, con la seriedad de un adulto.
Muchachito emberá palanqueando en el Murrí
En el caño los dos reman silenciosamente. El padre se adelanta a veces; luego espera al niño. Cuando la tierra es más alta, los árboles tapan el sol y la penumbra se hace opresiva; las sombras en el agua les da miedo; reman lentamente, tensos, y hasta evitan que el canalete haga ruido para no alertar al animal. Y apenas el agua empieza a encañonarse, antes de que las paredes verticales les encierren, mucho antes de ver el remolino, antes incluso de oír su bramido, el padre busca la orilla.- Amarra el bote aquí.El machete del hombre abre un túnel entre la vegetación. Por él arrastran los dos la champa. Es un trabajo de pesadilla, los mosquitos caen sobre ellos con hambre de generaciones. La vegetación los oprime. Arriba el sol no alumbra; abajo la maraña de espinas y raíces hace casi imposible el paso. Y el calor húmedo, sofocante, espeso, de horno vivo. Gotea el machete la savia verde; el padre y el hijo vuelven a arrastrar la champa; los pantalones se empapan de sudor y sangre. El hombre continúa abriendo. Se acerca al caño con el temor de haber perdido el rumbo en la oscuridad de la selva. Perocuando el machete rompe un hueco por el que el sol entra, y ven brillar abajo el agua, aleja otra vez la trocha del caño; es el miedo del animal que espera tenazmente; luego, el miedo de la selva les hará volver a buscar la luz del agua. Y la trocha continúa. Ya oyen el rugido del animal, y sienten como la tierra tiembla; y se alejan del agua más aún que antes; sólo cuando el ruido se hace silencio a sus espaldas buscan nuevamente el agua; las paredes verticales no les permiten aún descender al camino del agua; es preciso continuar arrastrando.Cuando al fin encuentran una bajada, los dos sonríen.- Cuando vuelva, dejaré aquí mismo mi champa, y volveré andando por la trocha. Tu vigilarás para estar esperándome.- Sí, padre, yo estaré esperando.- Y tendrás limpio el colino.- Sí, padre.El hombre da un fuerte golpe de canalete, y la champa se lanza hacía adelante. El niño grita:- ¡Padre! ¡Padre! El hombre contesta enojado, sin volver la cabeza ni dejar de remar:- ¿Qué pasa?- Cuando vuelva, traiga sal.El hombre no dice nada. En dos golpes más se pierde de vista en una curva del camino.El niño regresa a la isla

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