CAPíTULO 35- EL MILAGRO DEL FUEGO.
Al hombre le despertó un dolor brusco en la espalda: las gallinas se habían soltado de sus canastos rotos y una estaba picoteando las larvas de los gusanos, que le minaban la carne, y los pingajos de piel desprendida. La espantó furioso y quiso volverse a dormir, pero el hambre penetrando en su consciencia se lo impidió. Incapaz de soportar el tiempo de espera de una comida cocinada arrastró su cuerpo dolorido hasta la precaria champa y partió hacia las islas sembradas. Le espantó el expolio en que estaban; no solo los espinos estaban creciendo por doquiera, sino que la plaga hambrienta de los cerdos había desbordado su isla original y estaban acabando con todo. Las islas donde el maíz había formado bosques, y las sabanas de arroz, eran ahora espacios baldíos; con dolor pasó junto a la isla donde descubriera una selva de tomates que se resembraba por sí sola, y en la que solo encontró dos animales demacrados que trataban de devorarse mutuamente; en la isla del plátano los frutales continuaban en pie, y las islas más lejanas, a donde los cerdos no se habían atrevido a nadar, mostraban la misma abundancia viciosa de otros tiempos, y pudo cargar su champa de frutas hasta que temió que se partiera.
A la vuelta encontró al niño despierto, sentado en el borde de la casa, y mirando con la expresión de quien observa una desgracia increíble.
- El fuego se ha apagado.
- El fuego se ha apagado.
La frase entró en la cabeza del hombre, resonó como en un espacio vacío, y quiso encontrar un temor que le hiciera despertar sobresaltado en sus noches de niñez, pero estaba tan cansado que no pudo siquiera entender.
- Eso mañana lo arreglamos. Ahora vamos a comer.
- Eso mañana lo arreglamos. Ahora vamos a comer.
Comieron hasta que el jugo de las frutas se les chorreaba de la boca y la tripa se les puso tensa; y se sacaron mutuamente gusanos de la espalda con una espina, y se bañaron y volvieron a dormir.
Para encontrar el recado de encender fuego el niño puso en orden la carga que trajeron y que el padre había tirado descuidadamente fuera de la canoa. Lavó y secó los canastos llenos de excrementos para arreglarlos y que sirvieran para silo de maíz, colgó los machetes, y puso reverentemente el frasco hermético con la partida de bautismo con los títulos de sus tierras, los secretos contra el mal de ojo y la picada de culebras, monedas que ya no circulaban y su propia partida de bautismo. Encontré el original asentado en un libro carcomido y quebradizo, medio borrado, pero se alcanzaba a descifrar que José Zambo, hijo de Elombre y María Emberá, fue bautizado en Buchadó. Era la prueba definitiva de que Elombre, la indígena emberá y su hijo habían existido, y que le leyenda era historia.
Mientras el niño hacía girar la madera en su muesca, sin conseguir sino ampollarse las manos y quemarse los dedos, el hombre exploraba el montón de ceniza fría y polvorienta. Primero quitó la capa que los aguaceros habían empapado, y apareció otra, que el viento hacía volar, y luego los restos de madera a medio quemar, y luego otras aún calientes, y otras que humearon, y en el centro de la gran acumulación de años y años, brasas carbonizadas y ardientes que volvieron a arder al soplo de una hoja de plátano, cuando ya el niño anunciaba gozoso que había vuelto a realizar el milagro de crear fuego.
Trabajaron días y días para restaurar las cosechas perdidas y acabar con la plaga de los marranos. Fue más fácil que la primera vez, porque la tierra ya estaba domada, y en ocasiones bastaba con matar a hachazos a los marranos para que las cepas de plátano parieran nuevas matas, los palos de yuca arrancados por el hoce enraizaran, brotara la caña dulce de sus yemas subterráneas y nacieran las semillas que dormían en la tierra. Un día en que el padre y el hijo se afanaban con los machetes tumbando espinos duros como el hierro, el padre vio al hijo agotado y le sintió con un cariño que guardaba para él mismo desde hacía veinticinco años.
- Esta vaina siempre cansa. Pero la primera vez te cansaste aún más.
- Esta vaina siempre cansa. Pero la primera vez te cansaste aún más.
El niño asintió gravemente. El padre le había contado sucesos ocurridos hacía muchos años en los que el niño participaba, así que no dudaba que había existido desde siempre; las historias eran al principio vagas e imprecisas, pero el niño las había ido enriqueciendo con su propia imaginación y detalles de la vida cotidiana, así que ahora podía recordar sentimientos y sucesos que le habían ocurrido veinte años antes de que naciera con más realidad que el día de ayer.
Cuando el trabajo terminó y las cosechas volvieron a venir en su abundancia ininterrumpida, se dedicaron a amontonar, pescar, comer y dormir, en una vida feliz. Sin embargo Elombre fue cayendo en un silencio hosco, del que pocas veces salía. El niño espiaba preocupado ese hombre lejano en que poco a poco se iba convirtiendo su padre, sin conseguir comprender el porqué. En ocasiones, después de un baño en el que ambos se salpicaban, se manchaban con lodo del fondo, se zambullían para agarrarse las piernas, y ambos reían, y gritaban, y todo volvía a ser como antes, el hombre se sentaba fingiendo pescar y permanecía mirando el vacío por horas y horas, sin que el niño se atreviera a hablarle.
También el momento gozoso del baño comenzó a cambiar. El padre empezó a mantenerse distante, silencioso, sin ganas de jugar, y enfadándose cuando el niño se acercaba sigiloso para salpicarle agua a los ojos o tirarle barro. En una ocasión en que el niño se empeñó en el juego, insistiendo una y otra vez, el padre volvió a reír, sumergirse en el agua para aparecer debajo del niño y lanzarle al aire, a frotarlo con barro, y el niño feliz seguía provocando más y más juego, exultante de gozo, hasta que el padre lo arrojó lejos de él con rabia insospechada. El niño se quedó atónito ante el brusco cambio, mientras el padre salía del agua con su pene erecto enorme, como si estuviera cazando. Esa noche el niño durmió con un sueño inquieto, en el que se repetía a cada momento la pesadilla de un hombre negro que lo perseguía sin que él pudiera correr para escaparse porque los pies se le quedaban pegados en el fango de la ciénaga. En un momento que despertó para añadir leños al fuego vio al padre despierto, con los ojos abiertos penetrantes y fijos en él, quemándole como brasas, y eso aumentó su inquietud. Ya no era el hombre el que evitaba al niño, era el niño quien procuraba mantenerse alejado de él, temeroso de algo que no comprendía.
Después de los fuertes aguaceros del cambio de luna el niño vio que el hombre llegaba al final de sus meditaciones cavilosas y le revelaba su misterio.
- El agua cae y cae sobre la ciénaga, y la ciénaga nunca se llena.
- No. Nunca se llena.
- ¿Qué pasa con el agua que cae cada día? ¿Dónde va?
El niño repitió como una lección bien aprendida:
- Por algún sitio se sale, y va a parar al Gran Río.
Y el hombre, desde sus recuerdos:
- Todas las aguas van a parar al Atrato.
Elombre se queda otra vez en silencio, como transportado. Y al final, con voz alegre y tranquila:
- Mañana vamos a descubrir por donde sale el agua.
- El agua cae y cae sobre la ciénaga, y la ciénaga nunca se llena.
- No. Nunca se llena.
- ¿Qué pasa con el agua que cae cada día? ¿Dónde va?
El niño repitió como una lección bien aprendida:
- Por algún sitio se sale, y va a parar al Gran Río.
Y el hombre, desde sus recuerdos:
- Todas las aguas van a parar al Atrato.
Elombre se queda otra vez en silencio, como transportado. Y al final, con voz alegre y tranquila:
- Mañana vamos a descubrir por donde sale el agua.
La exploración comenzó desde el amanecer del día siguiente. Fue un proceso largo porque el padre comenzó precisamente por el lado opuesto al caño, y se empeñó en registrar cuidadosamente todas las palizadas y todas las tierras bajas por donde la selva rezumaba; sin embargo al llegar junto a la entrada del caño, perfectamente visible y limpia de vegetación entre el chuscal de las orillas, fue a pasar de largo sin verlo, viciado por la costumbre, pero el niño se lo hizo notar.
- Es por aquí, padre.
- Es por aquí, padre.
Entraron en el caño. Al llegar al lugar donde el agua comenzaba a encajonarse entre las altas paredes verticales sintió un temor olvidado, pero la mirada tranquila y decidida del niño le daba ánimos para seguir. Cuando el agua comenzó a correr ya no tuvieron dudas de que habían encontrado el camino hacia el Atrato, y volvieron atrás. Esa tarde, después de tanto silencio, el padre estuvo alegre y comunicativo como nunca, volvieron a bañarse y a jugar como en los mejores tiempos, y el niño recobró su risa alegre y el sueño tranquilo. El hombre soñó con poblados maravillosos de casas juntas, lleno de música y baile, y una mujer que lo espera.
Para que Elombre se fuera hicieron una nueva balsa, grande, con balsos que cortaron en el borde del caño. La cargaron de carne y pescado para cambiarlo en el pueblo por aquello que Elombre necesitaba: sal, anzuelos y una mujer.
Se fue al amanecer. Antes de irse dirigió una mirada jubilosa a todo aquello que era suyo: el cielo azul, el agua viva, las islas ubérrimas, la casa hecha para la eternidad, la gran ceiba en cuyas ramas los Dioses anidan. Desde el puertecito de la isla el padre da al niño las últimas instrucciones:
- Y mientras esté afuera, limpias el colino.
- Si, padre
- Y mientras esté afuera, limpias el colino.
- Si, padre
El hombre empuja con la palanca la balsa que se mueve pesadamente hacia adelante. El niño grita:
- ¡Padre! ¡Padre!
El hombre contesta enojado, sin volver la cabeza:
- ¿Qué pasa?
- ¿Cuándo vuelve?
- Espérame. Yo vuelvo.
- ¡Padre! ¡Padre!
El hombre contesta enojado, sin volver la cabeza:
- ¿Qué pasa?
- ¿Cuándo vuelve?
- Espérame. Yo vuelvo.
El hombre se aleja con golpes fuertes, orgulloso de su fuerza. El niño le mira alejarse hasta que entra en el caño y se pierde de vista. Luego se sienta a pescar.
Acostumbrado a la ligereza de su canoa, la balsa se siente pesada. Elombre avanza lentamente, sintiendo una inquietud que viene desde su historia olvidada. La inquietud aumenta cuando se siente encerrado entre las altas paredes; el agua que comienza a tirar de él y le libera del trabajo de la palanca, le angustia aún más; las ideas se van formando lentamente, en forma confusa. Tiene miedo, pero la mujer que espera le impide retroceder. Cuando comienza a oír en la lejanía el ruido del remolino las ideas van surgiendo espontáneas; vuelve la visión del Animal, de la canoa lanzándose hacia el abismo, de la raíz salvadora. Cuando la balsa comienza a girar en la espiral mortal toda su historia vuelve de golpe, y en un momento recuerda que él no es Elombre, sino el niño que salvó la canoa atándose a ella con un bejuco, y que vivió años y años solo en la ciénaga, esperando, sin saber si esperaba al padre que nunca iba a volver o al momento en que el Animal le tragara también a él. Quiere pensar en el niño que se queda solo, pero el sumidero le mira desde el fondo donde el agua hierve con su ojo negro, y solo queda lugar para el miedo ancestral. Lanza un grito terrible que le vacía los pulmones, y el Animal le sorbe riéndose.
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