El niño pesca en el tiempo inmóvil de la soledad. El padre no volverá hoy, y si en el pueblo hay baile y aguardiente, tal vez mañana tampoco. Mañana limpiará el colino. Por un momento siente un sobresalto, como si hubiera oído un grito terrible, y una bandada de patos cimarrones levantan el vuelo verticalmente, como asustados por algo. Pero los patos vuelven a posarse, la impresión se desvanece, y el niño vuelve a pescar con la convicción de que nada importante ha ocurrido: en la selva la muerte no tiene importancia.
En el poblado negro una mujer mira desde la puerta de la casa las canoas de pescadores que regresan al atardecer. Siente una leve decepción, pero no ceja en la espera. "Hoy no ha venido, mañana vendrá. Algún día volverá. Y yo estaré aquí, esperándole. Esperándole siempre".
El padre le agarra de un brazo y se la lleva dentro de la casa.
- Siempre parada en la puerta, sin coger oficio. ¿Qué es lo que haces siempre allí?
El niño se agita en el vientre, y ella sonríe.
- Nada.
En la casa de la Ciénaga del Remolino, bajo el parasol del árbol cósmico, el niño se despierta sobresaltado, como esperando algo, y mira hacía allí donde el caño cae en la ciénaga, pero no hay nadie. "Hoy no ha venido, mañana vendrá". Se levanta y asa dos gran¬des pescados corromás sobre las brasas, añade leña al fuego, acerca al calor la olla ennegrecida y la llena de plátano, yuca, guineos, y, tras un momento de vacilación, un grueso pedazo de carne seca. Un lujo que solo se concede cuando olvida al padre. Luego se va a limpiar el colino.
Al anochecer el niño añade leña al fuego y se acuesta en su estera. Antes de dormirse dirige una mirada al caño que cae en la ciénaga. No hay nadie. Es un gesto repetido, maquinal. En el momento de dormirse, con la última luz del sol, vuelve a mirar hacia allí, y piensa confiado:
- Hoy no ha venido. Mañana vendrá.
No comments:
Post a Comment